Un joven wayuu que expresa su cultura a través de la Danza.
Se siente una brisa suave, los rayos del sol apenas empezaban a salir, sentados bajo una enramada de palma, en la ranchería de Media Luna Jawou zona rural de la capital indígena de Colombia, Uribia.
Con el aroma del café surge una conmovedora conversación desde la profunda memoria del joven Jackson Montiel, cuenta como eran sus vivencias con sus seres queridos, con una voz un poco ronca, de pronto por el hecho de mencionar a su madre quien falleció hace dos años, y revivir esos momentos junto a sus hermanos y amigos de infancia que no volverán.
Los recuerdos de Jackson lo llevaron a la Guajira venezolana corregimiento de Castillete, en donde vivió su infancia y una parte de su juventud, respiró lentamente mientas mencionaba que a su corta edad se apasionaba por la danza tradicional llamada yonna, su mirada era un reflejo de su alma orgullosa, su pasado resurgió nuevamente, describía con exactitud sus emociones cuando en ese entonces veía a las personas practicar la yonna, sus palabras como puente que unía el pasado con el presente, acomodándose en su silla y frotando un poco las manos y dijo que soñaba con algún día demostrar esa expresión artística, el sonido de la kasha lo transportaba a ese mundo wayuu, al mismo tiempo nacía en él un sentimiento que lo conectaba al territorio.
En medio de esta conversa, alguien que estaba a su lado escuchando sobre su vida, le surgió una curiosidad por saber sobre la vida de su madre, el joven radiante de orgullo comenta que la mujer que le dió la vida se llamaba Elsa Fernández, artista wayuu, una mujer de mucho prestigio por sus laboriosos trabajos del arte del tejido, chinchorro patuuwasu o sencillos, y mochilas enhebradas de atractivos colores, su memoria, sus emociones quedaban plasmadas en cada hilada que desprendían de sus manos.
Ya el amanecer había desaparecido, la luz del sol ya era más fuerte, el ambiente un poco mas cálido, alguien dijo “vengan a desayunar” tuvimos que hacer una pausa para poder ingerir los alimentos, luego unos invitados llegaron, desde esos momentos después de los saludos comenzó un conversatorio, hasta que llegó la oportunidad de poder continuar, nos retiramos a un espacio solitario.
Jackson nuevamente empezó a relatar su vivencia junto con sus padres y hermanos, disfrutando el sonidos de unos pájaros que danzaban cerca, con alegría y una sonrisa comentó desde los nueve años de edad se integraba a los eventos culturales que se realizaba en la comunidad Laguna del Pájaro (uleri) en conmemoración del día de la resistencia indígena, sin imaginar que hoy en día tendría un grupo cultural que llevaría como nombre “Se’eru’u Kashi”, donde promueve y fortalece las manifestaciones culturales.
Ya convertido en un joven después de culminar sus estudios de bachillerato, ingresó a la Universidad del Zulia para cursar estudios de medicina, siguió su recorrido, asistiendo a espacios de diálogos como círculos de la palabra, explorando más escenarios del pueblo wayuu.
Jackson expresaba con palabras que le salían desde el alma como se sentía al pisar un pioüi, “yo al momento de danzar miro firmemente a mi aldedor, con mis manos tomo un poco de la tierra, como agradecimiento hacia la naturaleza y entregar mi alma al recorrido que han hecho mis ancestros, y al gritar “wasee!” se siente una energía que me impulsa en danzar”
Con los colores del atardecer, los últimos rayos de sol entre los trupillos, y los cactus que decoran y daban vida a la comunidad de Media Luna Jawou, nuestro protagonista hizo gala de sus destrezas a través de los niños y niñas de su grupo cultural, a los que instruye como dancistas con una pequeña demostración de lo que han aprendido de las formaciones que reciben.
El pioüi, un espacio abierto, preparado para ser recorrido, bajo el cielo un poco nublado, un jimai con su she’inpala cargaba con fuerza la kasha y hace el primer toque: “param-param”, al instante sale otro joven y con voz de autoridad dice ¡wasee!” en señal de invitación a la majayut la cual abre los brazos con firmeza y su kialaja rojo que llegaba hasta el suelo , sus pies adornados con kakuna ishou se entrecruzaban con destreza y al mismo tiempo dando pequeños brincos, con elegancia daba giros al momento de comenzar su recorrido por el pioüi, ese color rojo reflejando fortaleza mental y espiritual.
La danza fluía al compa de la kasha niñas y los niños bailaban alrededor del pioüi, un poco cansados, la respiración agitada de las danzantes, con sus movimientos en forma espiral, hilaban energías, compaginaban pensamientos, sus brazos imitaban movimientos que desde otro pensar puede resultar insignificante confirma que como wayuu unen historias.
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