¿Existe un relevo para los médicos ancestrales?
Texto: Oriana Iguarán
Foto: Cesar Palmar
En una mañana el frio de la neblina abrazaba los árboles, a las personas y todo aquello que lo habitaba. En el corazón del Resguardo indígena “4 de Noviembre”, un territorio joven de 32 años donde lapu ha guiado el camino del wayuu, bajo la sombra de una enramada, junto con los cantos mañaneros de los pájaros, la brisa suave que acariciaba los rostros, un ambiente que bajo la sombra fresca con olor a lluvia que provoca las nubes cargadas de agua, se escuchó las historias de tres grandes sabedores, Josefa Jusayu, Rosa López Pushaina y Guillermo Uraliyuu que con mucha paciencia y a la vez con voces melancólicas contaron sin parar las historias de sus inicios como aprendices ante el don que ahora los acompaña y que esperan que las nuevas generaciones obtengan, practiquen y sobre todo valoren.
Josefa Jusayu una mujer que en su rostro no muestra que tuviera más de 60 lluvias, ni se nota tanto los años en sus cabellos pues es un tono negro, tiene una piel morena con pliegues que han avanzado junto a la sabiduría que posee sus manos, una mujer que por años ha practicado el arte de entender y comprender el posicionamiento de un bebé que vienen en camino, con su habilidad ha sentido los latidos de un embrión, en un rancho de barro, la sombra acogedora de la enramada de Yotojoro, sobre el calor del fogón prepara una medicina que se debe tomar durante el embarazo, sus manos no solo tocan una gestación, son también las encargadas de proteger la vida de un bebé y la de su madre.
Josefa sonriendo, pero con una mirada nerviosa por las interrogaciones de los jóvenes que estaban en el lugar, trajo unos de los recuerdos de su experiencia como partera, “cuando escuché que una mujer necesitaba ayuda, fui y puse en práctica lo que mi suegro me enseñó, porque lo acompañaba y era su ayudante en los trabajos de parto y eso fue lo que fortaleció mi don de recibir la vida”
Pero en cambio para la tía Rosa López Pushaina, una mujer de 60 lluvias que vestía una llamativa manta amarilla en donde se resaltaba su tono de piel oscura recapitulo que desde pequeña ella siempre estuvo presta para seguir aprendiendo y dijo, “me eduqué con mis dos abuelas, aprendí desde niña a hablar con mi abuela Mma, siempre tuve una conexión estrecha con las hijas de la tierra y entendí que ellas tienen alma y que con ellas podía curar a los enfermos”
De pronto el tío Guillermo Uraliyuu intervino con el sonido de un massi (flauta instrumento wayuu) un ligero canto inspirado en una historia wayuu y escuchando lo que contaban estas mujeres se transportó a esa época cuando aprendía junto a su abuela y relataba, “recuerdo que acompañaba a mi abuela todos los días en sus labores y miraba su forma de curar a las personas, yo tenia un banco muy pequeño y ahí me sentaba yo, justo a mi lado una mochila con sus cosas que yo llevaba para arriba y para abajo y hasta hace 17 años fue cuando entendí que no solo era pasear porque el propósito de acompañarla era que yo sin saberlo ahora sería el médico” expresó Guillermo Uraliyuu un hombre wayuu de 67 años que luce un rostro fresco y su voz potente.
Desde la tradición no se elige el don, esta elige a la persona indicada que será ese sabedor por años, este conocimiento se ha trenzado en el linaje materno, un hilo que cada día se estira de más y llegará a romperse en cualquier momento antes de que la futura generación la conozca y esto ocurre por la adicción que se tiene por la tecnología que avanza rápidamente y atrapa a los jóvenes para que olviden la verdadera esencia del ser wayuu.
El pueblo wayuu no debe dejar que las influencias ajenas sean como esas nubes gris que apagan la noche de estrellas, que las prácticas ancestrales deben prevalecer fuerte como el esplendor del sol, que la responsabilidad de preservar lo que han hecho nuestros mayores se pueda compartir con este futuro de jóvenes que se ven cada día alejados de sus tradiciones, es por eso que estos médicos tradicionales comparten sus vivencias y conocimientos a los niños para que no solo quede plasmado en la memoria sino en la prácticas de sus días.
