martes, 28 de octubre de 2025

 ¿Existe un relevo para los médicos ancestrales?


Texto: Oriana Iguarán

Foto: Cesar Palmar

En una mañana el frio de la neblina abrazaba los árboles, a las personas y todo aquello que lo habitaba. En el corazón del Resguardo indígena “4 de Noviembre”, un territorio joven de 32 años donde lapu ha guiado el camino del wayuu, bajo la sombra de una enramada, junto con los cantos mañaneros de los pájaros, la brisa suave que acariciaba los rostros, un ambiente que bajo la sombra fresca con olor a lluvia que provoca las nubes cargadas de agua, se escuchó las historias de tres grandes sabedores, Josefa Jusayu, Rosa López Pushaina y Guillermo Uraliyuu que con mucha paciencia y a la vez con voces melancólicas contaron sin parar las historias de sus inicios como aprendices ante el don que ahora los acompaña y que esperan que las nuevas generaciones obtengan, practiquen y sobre todo valoren.

Josefa Jusayu una mujer que en su rostro no muestra que tuviera más de 60 lluvias, ni se nota tanto los años en sus cabellos pues es un tono negro, tiene una  piel morena con pliegues que han avanzado junto a la sabiduría que posee sus manos, una mujer que por años ha practicado el arte de entender y comprender el posicionamiento de un bebé que vienen en camino, con su habilidad ha sentido los latidos de un embrión, en un rancho de barro, la sombra acogedora de la enramada de Yotojoro, sobre el calor del fogón prepara una medicina que se debe tomar durante el embarazo, sus manos no solo tocan una gestación, son también las encargadas de proteger la vida de un bebé y la de su madre.

 Josefa  sonriendo, pero con una mirada nerviosa por las interrogaciones de los jóvenes que estaban en el lugar, trajo unos de los recuerdos de su experiencia como partera, “cuando escuché que una mujer necesitaba ayuda, fui y puse en práctica lo que mi suegro me enseñó, porque lo acompañaba y era su ayudante en los trabajos de parto y eso fue lo que fortaleció mi don de recibir la vida”

 Pero en cambio para la tía Rosa López Pushaina, una mujer de 60 lluvias que vestía una llamativa manta amarilla en donde se resaltaba su tono de piel oscura recapitulo que desde pequeña ella siempre estuvo presta para seguir aprendiendo y dijo, “me eduqué con mis dos abuelas, aprendí desde niña a hablar con mi abuela Mma, siempre tuve una conexión estrecha con las hijas de la tierra y entendí que ellas tienen alma y que con ellas podía curar a los enfermos”    

 De pronto el tío Guillermo Uraliyuu intervino con el sonido de un massi (flauta instrumento wayuu) un ligero canto inspirado en una historia wayuu y escuchando lo que contaban estas mujeres se transportó a esa época cuando aprendía junto a su abuela y relataba, “recuerdo que acompañaba a mi abuela todos los días en sus labores y miraba su forma de curar a las personas, yo tenia un banco muy pequeño y ahí me sentaba yo,  justo a mi lado una mochila con sus cosas que yo llevaba para arriba y para abajo y hasta hace 17 años fue cuando entendí que no solo era pasear porque el propósito de acompañarla era que yo sin saberlo ahora sería el médico” expresó  Guillermo Uraliyuu un hombre wayuu de 67 años que luce un rostro fresco y su voz potente.

Desde la tradición no se elige el don, esta elige a la persona indicada que será ese sabedor por años, este conocimiento se ha trenzado en el linaje materno, un hilo que cada día se estira de más y llegará a romperse en cualquier momento antes de que la futura generación la conozca y esto ocurre por la adicción que se tiene por la tecnología que avanza rápidamente y atrapa a los jóvenes para que olviden la verdadera esencia del ser wayuu.

El pueblo wayuu no debe dejar que las influencias ajenas sean como esas nubes gris que apagan la noche de estrellas, que las prácticas ancestrales deben prevalecer fuerte como el esplendor del sol, que la responsabilidad de preservar lo que han hecho nuestros mayores se pueda compartir con este futuro de jóvenes que se ven cada día alejados de sus tradiciones, es por eso que estos médicos tradicionales comparten sus vivencias y conocimientos a los niños para que no solo quede plasmado en la memoria sino en la prácticas de sus días.


 


 Sabiduría de un outshi contada a través de la oralidad



Texto y Fotografia: Josué Uriana 


En el corazón del sur de la Guajira, del municipio Albania, resguardo indígena “4 de Noviembre”, donde se siente una suave brisa, acompañado del cantar de los diferentes pájaros que habitan al pie de las colinas verdes, surge una conversación con Guillermo Urariyu Pushaina, de estatura mediana y de voz un poco ronca,  sentado bajo un árbol de tapara rodeado de jóvenes, llevando en sus manos un bastón, con la que al mismo tiempo trazaba en la tierra figuras geométricas que da vida a la sabiduría ancestral que el refleja. 

 “La serranía de la Makuira, cuando la tierra no era tan habitada, llegaba diferentes personas a dormir cerca de ella, que fueron enviados por medio de su sueño a buscar los conocimientos y las medicinas curativas, para que en un futuro esos saberes se transmitan y le queden de herencia a sus generaciones” sostuvo Guillermo con su mano firme en su bastón mientras contaban las historias de los primeros médicos ancestrales.

Mientras relata, en su mirada se reflejaba el orgullo que lleva en su alma por ser el que porta sus saberes aprendidos de su abuela, en medio de la conversa alguien que estaba a su lado escuchando los relatos, le surgió una curiosidad como el aprendió a ser un médico espiritual y de ahí empezó a contar su historia “cuando tenia mis 50 años yo me accidente, de una caída en burro en la que mi mano se había fracturado, estaba desvanecido y muy enfermo durante 7 días, hasta que en mis sueños apareció una señora y me dijo levántate, mira a tu alrededor que entre esas verdes árboles están las plantas con las que vas a curar a las personas durante un año sin recibir nada a cambio”.

A partir de ese momento, Guillermo obtuvo una visión amplia a través de ese sueño y empezó a trabajar como botánico, ayudo a aquellos que se habían accidentado y fue muy reconocido en el territorio por su buen trabajo y la labor que desempeña.

El reloj marca 6:00 de la mañana, cuando Guillermo Urariyu cruza las puertas de su casa para mirar hacia la carretera, justo una joven iba llegando quien ha sido perturbado de hace días por un mal espíritu y se le reveló en sueños que a través del médico espiritual encontraría la sanación pero en ese mismo momento el médico empezó a trabajar con ella para que pudiera sanar, a través de cantos y maracas conectando con su ser espiritual, pero al cumplir los tres días de trabajo el nuseyu del outshii pidió un torete negro para devolver el alma de la joven, desde de ese mismo momento la joven se sanó. 

Los recuerdos de Guillermo los llevaron a conectar con sus antepasados mientras respiraba lentamente, y una de sus manos bajó en su mochila y saco su sawawa, con la que armonizó la madre naturaleza y a los seres protectores que hay alrededor del territorio, ya que la luz del sol estaba fuerte, el ambiente un poco más cálido, la conversación muy interesante y el cantar de los pájaros daban vida a la comunidad. Su pasión al arte, la historia y el ser medico ancestral lo ha resistido como un cactus en medio del desierto, reconocidos no solo por su trabajo si no también por la historia que ha vivido a lo largo de su trayectoria.

A pesar del tiempo Guillermo expresa que aun él no tiene descendientes que ocupe su lugar como outshii, pero si tiene uno de sus hijos que se ha dedicado como sabedor cultural de los instrumentos musicales wayuu en las escuelas educativas, para un fortalecimiento de conocimientos ancestrales a los estudiantes y eso es orgullo inmenso al sabedor de que su sabiduría sigue intacta por las venas del territorio.


 Los outshii son el aliento espiritual del pueblo wayuu


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Texto: Francheska Gómez escuelante de la Escuela de comunicación wayuu

Fotografía: Cesar Palmar 


Un lienzo de tonos verdosos y húmedos, se extendía sobre el Resguardo 4 de Noviembre Municipio de Albania, mientras el trino matutino de las aves marcaba el territorio contemplado un momento importante, la presencia del outshii Guillermo Urariyu, un sabio de profunda valía, cuyo saber se cimentaba en los instrumentos musicales y la curación ancestral, vestía un llamativo shempala color mostaza, declarando su eirruku, urariyu hijo de Pushaina y nieto de  uriana, un honorable putchipü y sabedor wayuu.

Los Outshii, son el aliento mismo de la tierra, guardianes de las hierbas curativas y de la integridad en el territorio, representan cimientos inamovibles en la cultura wayuu, Guillermo al narrar su iniciación como outshii, desveló un hilo espiritual que se remonta en su bisabuela, conocida como Chaves Pushaina, era una guardiana del espíritu, que utilizaba el tambor y la maraca como llaves para abrir puerta a sus visiones.

Además, esta herencia ancestral fue transmitida a dos figuras prominentes, sus tías Chiviri y Alicia, ambas Wayuu Pushaina, quienes tejieron la segunda etapa de estas guías espiritual, según el testimonio de Rosa López Pushaina, miembro del Resguardo.

Así mismo la vocación de Guillermo Urariyu se consolidó tras superar una prueba severa de siete días de malestar físico, en la quietud de una noche, su abuela se le presentó en un sueño esclarecedor, invitándolo a que sea guardián del entorno, “observa a tu alrededor, ahí se encuentran las plantas que usarás para curar a las personas, durante un año completo, tu labor no recibirá paga alguna”, desde ese momento sagrado ,el sabedor abrazó su destino dedicándose a enderezar el camino de quienes perdían su equilibrio.

Sin embargo, la forma de ver el mundo es fascinante, cada protector del espíritu tiene su manera de llamar a la visión, algunos ingieren makuirra, el concentrado vigoroso del tabaco; otros confían en el sonido penetrante de las maracas y los tambores e incluso, existen quienes consumen brebajes fermentados para facilitar el descenso del espíritu guía, esta diversidad ritual demuestra que no hay un único camino para interpretar el universo invisible.

Finalmente, el sabio  detalló las prohibiciones rigurosas que enmarcan su ejercicio, si él administra un baño sagrado a un individuo utilizando una medicina ancestral específica, tanto él como el paciente deben abstenerse de ingerir carne o yajawushi-mazamorra durante un periodo establecido, la transgresión de este precepto anularía la esencia etérea conferida por la planta, exponiendo al Outshii a serios quebrantos de salud, estás directrices, importantes para la integridad del proceso sanador, evidencian el cuidado y el compromiso intrínseco a su que hacer sagrado.

A pesar de toda esta sabiduría que fluye en la voz de Guillermo, una niebla de incertidumbre cubre el Resguardo 4 de noviembre, la ausencia de relevo generacional entre jóvenes visionarios que ocupen su lugar, no han emergido ningún descendiente capaz de continuar la senda de los guardianes que ya partieron. La voz de Guillermo, tan llena de vida y conocimiento, ahora resuena en un silencio expectante, como si la tierra misma preguntara quién tomará el bastón de la visión cuando los pasos de los mayores se detengan.


 


Naa OÜtchikana, sabedores ancestrales que hacen vida en cada territorio

Texto:Ernestor Fernández

El sol se eleva sobre el resguardo “Cuatro de Noviembre”, bañando de tonalidad de oro las arenas y los caminos polvorientos de una carretera nacional en mal estado que llevan al corazón de la comunidad de “Rio de Janeiro”, allí entre murmullos de viento y cantos ancestrales, se encuentra Guillermo Jayariyu Pushaina, el Outchii, guardián de la medicina tradicional wayuu. 

Además, sus manos, marcadas por los años y la sabiduría de generaciones, recorren los secretos de la tierra y las plantas, sanando cuerpos y almas con un saber que no se escribe, sino que se vive.

También en cada gesto, en cada palabra susurrada, resuena la memoria de un pueblo que se niega a perder su esencia, manteniendo vivo el hilo que une al pasado, presente y futuro. Cuando pregunté a Guillermo como fue su experiencia como outchii, sus ojos brillaron y recordó que de niño lo veía como una magia, “cuando mi abuela Chave Pushaina, en el corazón de su rancho hacia sus rituales, me sentaba a su lado viendo como movía su maraca de tapara mientras llamaba a su juseyu (protector espiritual) “Mejo”, con suspiro me cantaba un poco de jayechi, señal de que está conectada con sus ancestros”.

Por otra parte, la primera outsu es la abuela makuira en sus entrañas reposan todas las medicinas ancestrales del pueblo wayuu. “desde tiempos remotos mis ancestros buscaban las medicinas de la makuira porque es ella la abuela outsu donde queda guardada la sabiduría para conectarse con lo espiritual” expresó Guillermo.

mientras la suave brisa abraza un árbol de tapara, las palabras sagradas fluyen acompañadas de sonidos melódico de tontoroiyaa Guillermo con una voz tenue manifestó, “como siempre andaba con mi abuela pero nunca imagine que su Juseyu me iba pasar, hasta que desde hace 20 años aproximadamente tuve una enfermedad, y dure siete días sin poder ver la luz del abuelo sol, hasta que la vieja noche me abraza con su manto oscuro, con ella trajo el abuelo Lapü y mi abuela chave dijo- hijo no esté sufriendo más, tome esa planta y vaya a ayudar a las persona desde hoy, vas a trabajar sin cobrar nada”

Después, que pasaron los años trabajando de la mano de su nuseyu Masatein Uraliyu, camino las incontables trochas del territorio sanando niños, adultos y mayores, no solo curo dolores corporales si no también  espirituales, “cuando cumplí un año sin cobrar a nadie a cambio de mi trabajo, nuevamente mis ancestros volvieron a visitarme, esta vez me dijeron- usted no va a seguir viviendo en este lugar- me llevaron a otro sitio donde voy a construir mi casa, desde ese momento vi cómo la gente llegaba de los diferentes lugares, hasta una de Venezuela soñó que llegó a mi casa y es sanado de su enfermedad” narro, Pushaina.

Así mismo, con el tiempo Guillermo con su gran compromiso de salvar vida en su territorio ya es reconocido medico tradicional wayuu, con su bastón de mando guiando a sus hijos a tejer el conocimiento ancestral, aunque no están optando aprender a ser como el outchii, “hoy en día estoy inculcando los conocimientos que he adquirido durante mi trayectoria la mayoría de mis hijos son sabedores de algunos colegio de la región por eso digo este don es la verdadera riqueza que herede de mis abuelos” conto el medico tradicional.

Por eso en un mundo que a veces olvida sus raíces y corre detrás de lo efímero, el outchii nos recuerda que sanar también es recordar, preservar la identidad es cuidar la vida misma. 

   

          

 


 Desde una mirada espiritual un vínculo con la medicina tradicional


Texto: Dilmaris Fernández

Fotografía: César Palmar                                              

Ella siempre se sentía ajena y temerosa a su destino, solo en su corazón residía la inquietud de sus memorias, ella es historia a través de las plantas medicinales wayuu, medicina para el cuerpo, medicina para la mente, medicina para el alma que sana el espíritu.

Territorio acobijado por la silueta de un pasto frondoso, árboles que se levantan como estructuras gigantes, sus ramas se entretejen ante la inmensidad del cielo, caminos de piedra y barro que ondean a su paso, personas con semblantes serenos, así es el escenario natural del resguardo indígena “4 de Noviembre” que se encuentra ubicada al sur del corazón de la Guajira, específicamente en la jurisdicción del municipio de Albania. 

Esta comunidad que alberga los diferentes clanes como lo son los Ipuana, Pushaina, Wouliyu, Jusayuu y Epieyuu, siendo estos los primeros en asentarse en este campamento por el desplazamiento consensuado de las mismas personas con la empresa Cerrejón. Desde el seno de este territorio creció Rosa López, mujer wayuu de estatura promedio, de piel cobriza donde se refleja el surco de sus vivencias bajo el inclemente sol que abraza desde el roció del amanecer hasta el canto de la noche, sus ojos de mirada determinada a veces se perdían entre los recuerdos indescifrable de su ser, sus cabellos sujetos con un pañuelo gris, esos pañuelos característicos que utilizan las abuelitas y que representa la prudencia, viste una manta que atrapo el amarillo del sol, las borlas de sus cotizas se asemejaban a la pomposidad del algodón. Me quede atrapada en los colores que la arropaban y el sonido de su voz, mientras me contaba su historia.

Desde niña Lapü la visitaba en la intimidad de la noche con la figura de mujer, le susurraba instrucciones, le adelantaba los presagios, Rosa en su ser sabía que el sueño era la manifestación de su guía espiritual quien también visitaba a su abuela outsü, ella era la elegida para ser la nueva sucesora y sanadora del alma a lo cual se negó rotundamente por la responsabilidad colectiva que cargaría en sus hombros por toda su vida. 

Creció y se casó con un hombre que no dio la dote por ella, su propia madre le dijo que al no tener un presente por su mano ella no tendría valor y estaría enfrentada a vivir su sufrimiento en soledad, este suceso quedaría grabado en su memoria, el estado de miedo y angustia pasaría a solo ser un recuerdo nostálgico que compartiría con aquellos a los cuales les abriría su corazón, Rosa acepto su destino y emprendió su vida en el territorio de su compañero de vida, pasaron muchas lunas hasta que un día se reencontró con su  abuela materna la cual le dijo “pobre de ti hija mía por el destino que eliges, te casaste en otro territorio, sal de allá, ellos no son tu familia en cambio yo soy tu raíz y tienes que estar conmigo, necesito dejarte en nuestro territorio ancestral”. 

Llego la brisa de la primera y con ella la hija pródiga de su eirukü, su abuela se sentó con ella como aquellas tardes de antaño de su niñez y le entrego en un potecito pequeño envuelto en una telita de manta desgastada y le dijo: “recuerda siempre tus sueños, esto que te entrego es algo de valor pero quiero que tengas en cuenta que no es para ti” así fue como Rosa recibió una Lania que luego pasaría a su esposo, porque en las palabras de su abuela decía que no era para ser portado por una mujer sino más bien por un hombre, en esta entrega había un acto de bondad y amor, un último presente para reorientar su caminar.

La Lania es una medicina espiritual que tiene diferentes connotaciones para el pueblo wayuu, en ese entonces ella desconocía completamente de dicha planta ya que de niña se había negado a conocerlas, entrego su presente a su esposo y juntos compraron dos chivos que luego se fueron multiplicando y en su gran mayoría eran hembras procreadoras, desde ahí hacia los intercambios para comprar sus primeras vacas, “todo esto no se formó por la suerte, a veces pienso que siempre estuve destinada y no me puedo desligar de mi espiritualidad propia, sueño con una mujer que me indica que hacer”. Rosa sigue aprendiendo y cultivando esta espiritualidad a través de su labor como mujer portadora, conocedora y preparadora de las medicinas tradicionales, donde su guía es el sueño, su pasado su experiencia y su futuro su alma.

Rosa sonríe antes de levantarse y sacudir su manta diciendo estas palabras “culmino mi cuento por hoy, aunque digo que estas historias es mejor contarlas en las madrugadas al lado del inquieto fuego que perdura en los días”. Me levanto con ella con las piernas entumecidas por el frio que albergaba el piso del lugar que tomamos como el círculo de nuestras pequeñas palabras, con el alma estremecida y llena de inquietudes, miraba a mis demás compañeros de camino con quienes íbamos fortaleciendo lo bonito de nuestra espiritualidad.

Rosa escucha el alma que late entre las venas de este territorio que no solo es de ella sino también de un pensamiento y un sentir colectivo que cada día vamos tejiendo y entrelazando construyendo nuestro akuaipa.


  

Partera wayuu, pilar que sostiene generaciones 


Texto: Dilexi Pushaina 

Fotografía: Cesar Palmar


Al sur de La Guajira Colombia, donde las montañas se alzan majestuosas, sus cimas envueltas en niebla, sus laderas cubiertas de un manto verde esmeralda que parecen vibrar, en el Resguardo indígena “4 de Noviembre”, bajo el cielo de nubes grises, los árboles y arbustos con flores coloridas como el morado, blanco y amarillo, la brisa lleva susurros de tradiciones milenarias, los cantos melodiosos de los pájaros dan vida a esta parte del territorio wayuu. Allí vive una partera wayuu tiene el don de arrullar a los recién nacidos cuando llegan a este mundo, y a transmitir tradición en cada nacimiento.

Bajo un árbol de cují, Josefa Jusayu desde lo profundo de su ser cuenta su experiencia como guardiana de la salud, la brisa cálida, las melodías del ambiente acompañaron la voz de la mujer, con el tiempo marcado en su rostro, sus manos ásperas llenas de espíritu, son como raíces de un árbol que se hunden en la tierra, que han sentido latidos de corazones que comienza a florecer, con una sonrisa acogedora, su voz como un canto se transporta a algunos momentos exactos de su historia, “yo era quien ayudaba a mi suegro a atender a mujeres en un parto, lo ayudaba a prepararlas y en lo que necesitaba, a las mujeres les daba las medicinas para que pudieran parir rápido, recuerdo que un día había una muchacha que llevaba días con dolores fuertes y no había podido entrar en labor de parto, esa mañana cuando ya el sol se adueñaba por completo del día, se me dió por pasar por la casa de aquella mujer, viendo el dolor que reflejaba su rostro, su desespero y el miedo de perder al hijo que esperaba me apiadé de ella”, recuerda Josefa con una sonrisa nerviosa.

“Viendo la situación de la joven fui a buscar a mi suegro para que ayudara a la mujer, él con su conocimiento le administró unas medicinas wayuu, la joven sintió un alivio y pronto dio a luz a su hijo, en ese momento se fortaleció ese don que la naturaleza me heredó como mujer”.

En esa mañana los recuerdos de la tía Josefa fue un vivo retrato de su andar, con orgullo relataba aquellas épocas en su racho de barro, durante sus embarazos en las mañanas en su fogón ponía su olla para hervir una planta para tener un embarazo sano, sus partos se daban bajo la cobija de la noche, ella con tiempo guardaba todo aquello que sabía que tenía que utilizar en caso de un parto en cualquier momento, en las tardes con la despedida del sol, ella misma sobaba su barriga con esa planta que en algún momento sus sueños y con la ayuda de aquel  que un día fue su maestro le heredaron.

La oscuridad de las pequeñas montañas que envolvía la casa de bareque y barro, sobresalían los destellos de las estrellas, una figura solitaria, con manos expertas y sabiduría ancestral, se encargaba de traer al mundo a su hijo sin más compañía que la noche estrellada, silencio de la noche fue invadida por un llanto recién nacido, los sueños de quienes dormían cerca era sorprendida por un nacimiento, la silla de montar burro fue la primera en abrazar al hijo de Josefa librándolo de alguna enfermedad y asegurándose que su crecimiento fuera sana. Una mamá e hijo sanos y salvos gracias a las medicinas que la acompañaron durante su gestación. 

Josefa en medio de su conversa con los jóvenes añadió con orgullo que, aunque las mujeres en su familia ya no dieran luz en casa, el conocimiento sobre las plantas y las técnicas tradicionales de parto se mantenía viva para facilitar su parto en el hospital, en los momentos en familia junto a sus nietas les enseña la importancia de las plantas, preparación, uso y espiritualidad, siente satisfacción al saber que su legado prevalece en su descendencia, contando con la guía de experta de las parteras y el poder curativo de las plantas medicinales.

Los coros de los pájaros se convertían en un murmullo que acompañaba la voz de Josefa, con un gesto solemne en un silencio profundo, su pensamiento se perdía en el horizonte, la sabiduría propia de alguna manera se ha visto afectada por prácticas ajenas, siendo una amenaza a la sabiduría de una partera, ¿seguiría viva en el corazón del pueblo wayuu o se desaparecerá como las estrellas en el amanecer? Mientras Josefa seguirá caminando cada rincón de su territorio, hablando y sembrando semillas en sus nietas y es la esperanza para su alma de preservar por generaciones sus prácticas ancestrales.

 En el corazón de la comunidad, Josefa sigue tejiendo la vida con hilos de amor y sabiduría, camina con pasos fuertes por mantener un legado que la vida, sus ancestros, el sueño y la naturaleza le han regalado para servir a los suyos, sus manos seguirán dando bienvenida a los recién nacidos, seguirá comunicándose con las plantas para proteger la vida de una madre que espera su hijo, siente el latido del embrión que crece en ella y sabe que está cuidando la vida en su forma más pura, Josefa transmite la tradición y espiritualidad de su pueblo asegurándose que la memoria wayuu siga viva en cada generación.


 

Guillermo y el susurro espiritual de las plantas


Texto: Dayana Cuello, Wayuu Epieyu

Foto: Mairin De Armas


El cielo gris cubría el resguardo “4 de Noviembre” junto a una brisa suave y cálida que movía las hojas de los árboles que rodeaban el lugar. Entre el paisaje verde, la voz pausada de Guillermo Uraliyu se alzaba entre sabiduría y serenidad, mientras recordaba su historia y nos compartía desde su conocimiento sobre las plantas tradicionales.

En su niñez, Guillermo desarrolló la curiosidad por el mundo de la medicina tradicional, “crecí en caracolí” expresó con una sonrisa que refleja los recuerdos con su abuela outsü, que conocía los secretos de la medicina ancestral. A él le encantaba observar cómo preparaba las infusiones, entremezclar raíces y escuchar el sonido del machacar de las hojas, atendiendo a quienes llegaba con el malestar causado por wanulü, aturdiendo sus almas mientras ella buscaba restaurar el equilibrio.  Aquellas imágenes están grabadas en el recuerdo como su primer contacto con el conocimiento. 

A sus 50 años, cuando la vida ha parecido tomar su rumbo, en su transporte tradicional, sin predecir ese momento, cae, no solo un golpe en el brazo, no solo un dolor, es sin duda una nueva vuelta en el espiral de la vida, ese accidente lo redirecciona a revivir esos recuerdos con su abuela y siendo ahora él quien será el curador del alma en el territorio. Este nuevo inicio con historia, remonta al recordar con 7 noches de dolor que se hacían eternas junto a la fiebre, en la última noche, Lapü (sueño) transporta su alma con un viaje hacia el espíritu de las plantas, con sus hojas le mostraban sus formas, con sus tallos remedios, y con sus raíces el equilibrio que juntos iban a restaurar. “Ahí supe que mi Aseyuu me había llamado” dice con humildad y orgullo. Después de su sanación debía pasar un año para conectarse con ese espíritu, practicando, sin recibir algo a cambio de los enfermos para aprender a curar el alma, que es el equilibrio del cuerpo, el espíritu y también del territorio.

Un caso lo marcó profundamente en su memoria, “llegaron unos padres con un niño que padecía de una enfermedad que parecía no tener cura”, comentó con las palabras en un pasado que aun comprenden el gran dolor, al ver la angustia de los padres por el alma afligida de su hijo, toma la valentía que produce ese corazón generoso, decide intentar 3 sesiones, fue entonces que el niño se alivió por completo.

“Ahí entendí, que las plantas no solo curan el cuerpo, si no también el espíritu. No como la medicina occidental, que solo calma por un rato, las plantas devuelven la paz al alma”, relata y describe a quien hoy en día es un adulto y ya es profesional, “ha pasado mucho tiempo y él no ha recaído”. 

Hoy, el pasar del tiempo ha teñido su cabello, los pliegues de historia que marcan su piel rosada por el viento de la mañana de invierno, que representa su experiencia.  Con su conocimiento y disposición, extiende el brazo y nos señala el ramaje que nos da sombra para aprender de su sabiduría, sus totumos que guardan remedios, “aliita” o la tapara, que sana enfermedades de gripa, desde su inició hasta crisis de neumonía “cuando uno cura, también se cura por dentro”, dice, mirando al cielo gris que poco a poco se abre a los rayos del sol. En cada planta encuentra la memoria de su abuela, el eco de los sueños y la certeza de que su vida está unida, para siempre, a los susurros espirituales que habita en la madre tierra.