martes, 28 de octubre de 2025

  

Partera wayuu, pilar que sostiene generaciones 


Texto: Dilexi Pushaina 

Fotografía: Cesar Palmar


Al sur de La Guajira Colombia, donde las montañas se alzan majestuosas, sus cimas envueltas en niebla, sus laderas cubiertas de un manto verde esmeralda que parecen vibrar, en el Resguardo indígena “4 de Noviembre”, bajo el cielo de nubes grises, los árboles y arbustos con flores coloridas como el morado, blanco y amarillo, la brisa lleva susurros de tradiciones milenarias, los cantos melodiosos de los pájaros dan vida a esta parte del territorio wayuu. Allí vive una partera wayuu tiene el don de arrullar a los recién nacidos cuando llegan a este mundo, y a transmitir tradición en cada nacimiento.

Bajo un árbol de cují, Josefa Jusayu desde lo profundo de su ser cuenta su experiencia como guardiana de la salud, la brisa cálida, las melodías del ambiente acompañaron la voz de la mujer, con el tiempo marcado en su rostro, sus manos ásperas llenas de espíritu, son como raíces de un árbol que se hunden en la tierra, que han sentido latidos de corazones que comienza a florecer, con una sonrisa acogedora, su voz como un canto se transporta a algunos momentos exactos de su historia, “yo era quien ayudaba a mi suegro a atender a mujeres en un parto, lo ayudaba a prepararlas y en lo que necesitaba, a las mujeres les daba las medicinas para que pudieran parir rápido, recuerdo que un día había una muchacha que llevaba días con dolores fuertes y no había podido entrar en labor de parto, esa mañana cuando ya el sol se adueñaba por completo del día, se me dió por pasar por la casa de aquella mujer, viendo el dolor que reflejaba su rostro, su desespero y el miedo de perder al hijo que esperaba me apiadé de ella”, recuerda Josefa con una sonrisa nerviosa.

“Viendo la situación de la joven fui a buscar a mi suegro para que ayudara a la mujer, él con su conocimiento le administró unas medicinas wayuu, la joven sintió un alivio y pronto dio a luz a su hijo, en ese momento se fortaleció ese don que la naturaleza me heredó como mujer”.

En esa mañana los recuerdos de la tía Josefa fue un vivo retrato de su andar, con orgullo relataba aquellas épocas en su racho de barro, durante sus embarazos en las mañanas en su fogón ponía su olla para hervir una planta para tener un embarazo sano, sus partos se daban bajo la cobija de la noche, ella con tiempo guardaba todo aquello que sabía que tenía que utilizar en caso de un parto en cualquier momento, en las tardes con la despedida del sol, ella misma sobaba su barriga con esa planta que en algún momento sus sueños y con la ayuda de aquel  que un día fue su maestro le heredaron.

La oscuridad de las pequeñas montañas que envolvía la casa de bareque y barro, sobresalían los destellos de las estrellas, una figura solitaria, con manos expertas y sabiduría ancestral, se encargaba de traer al mundo a su hijo sin más compañía que la noche estrellada, silencio de la noche fue invadida por un llanto recién nacido, los sueños de quienes dormían cerca era sorprendida por un nacimiento, la silla de montar burro fue la primera en abrazar al hijo de Josefa librándolo de alguna enfermedad y asegurándose que su crecimiento fuera sana. Una mamá e hijo sanos y salvos gracias a las medicinas que la acompañaron durante su gestación. 

Josefa en medio de su conversa con los jóvenes añadió con orgullo que, aunque las mujeres en su familia ya no dieran luz en casa, el conocimiento sobre las plantas y las técnicas tradicionales de parto se mantenía viva para facilitar su parto en el hospital, en los momentos en familia junto a sus nietas les enseña la importancia de las plantas, preparación, uso y espiritualidad, siente satisfacción al saber que su legado prevalece en su descendencia, contando con la guía de experta de las parteras y el poder curativo de las plantas medicinales.

Los coros de los pájaros se convertían en un murmullo que acompañaba la voz de Josefa, con un gesto solemne en un silencio profundo, su pensamiento se perdía en el horizonte, la sabiduría propia de alguna manera se ha visto afectada por prácticas ajenas, siendo una amenaza a la sabiduría de una partera, ¿seguiría viva en el corazón del pueblo wayuu o se desaparecerá como las estrellas en el amanecer? Mientras Josefa seguirá caminando cada rincón de su territorio, hablando y sembrando semillas en sus nietas y es la esperanza para su alma de preservar por generaciones sus prácticas ancestrales.

 En el corazón de la comunidad, Josefa sigue tejiendo la vida con hilos de amor y sabiduría, camina con pasos fuertes por mantener un legado que la vida, sus ancestros, el sueño y la naturaleza le han regalado para servir a los suyos, sus manos seguirán dando bienvenida a los recién nacidos, seguirá comunicándose con las plantas para proteger la vida de una madre que espera su hijo, siente el latido del embrión que crece en ella y sabe que está cuidando la vida en su forma más pura, Josefa transmite la tradición y espiritualidad de su pueblo asegurándose que la memoria wayuu siga viva en cada generación.


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