Guillermo y el susurro espiritual de las plantas
Texto: Dayana Cuello, Wayuu Epieyu
Foto: Mairin De Armas
El cielo gris cubría el resguardo “4 de Noviembre” junto a una brisa suave y cálida que movía las hojas de los árboles que rodeaban el lugar. Entre el paisaje verde, la voz pausada de Guillermo Uraliyu se alzaba entre sabiduría y serenidad, mientras recordaba su historia y nos compartía desde su conocimiento sobre las plantas tradicionales.
En su niñez, Guillermo desarrolló la curiosidad por el mundo de la medicina tradicional, “crecí en caracolí” expresó con una sonrisa que refleja los recuerdos con su abuela outsü, que conocía los secretos de la medicina ancestral. A él le encantaba observar cómo preparaba las infusiones, entremezclar raíces y escuchar el sonido del machacar de las hojas, atendiendo a quienes llegaba con el malestar causado por wanulü, aturdiendo sus almas mientras ella buscaba restaurar el equilibrio. Aquellas imágenes están grabadas en el recuerdo como su primer contacto con el conocimiento.
A sus 50 años, cuando la vida ha parecido tomar su rumbo, en su transporte tradicional, sin predecir ese momento, cae, no solo un golpe en el brazo, no solo un dolor, es sin duda una nueva vuelta en el espiral de la vida, ese accidente lo redirecciona a revivir esos recuerdos con su abuela y siendo ahora él quien será el curador del alma en el territorio. Este nuevo inicio con historia, remonta al recordar con 7 noches de dolor que se hacían eternas junto a la fiebre, en la última noche, Lapü (sueño) transporta su alma con un viaje hacia el espíritu de las plantas, con sus hojas le mostraban sus formas, con sus tallos remedios, y con sus raíces el equilibrio que juntos iban a restaurar. “Ahí supe que mi Aseyuu me había llamado” dice con humildad y orgullo. Después de su sanación debía pasar un año para conectarse con ese espíritu, practicando, sin recibir algo a cambio de los enfermos para aprender a curar el alma, que es el equilibrio del cuerpo, el espíritu y también del territorio.
Un caso lo marcó profundamente en su memoria, “llegaron unos padres con un niño que padecía de una enfermedad que parecía no tener cura”, comentó con las palabras en un pasado que aun comprenden el gran dolor, al ver la angustia de los padres por el alma afligida de su hijo, toma la valentía que produce ese corazón generoso, decide intentar 3 sesiones, fue entonces que el niño se alivió por completo.
“Ahí entendí, que las plantas no solo curan el cuerpo, si no también el espíritu. No como la medicina occidental, que solo calma por un rato, las plantas devuelven la paz al alma”, relata y describe a quien hoy en día es un adulto y ya es profesional, “ha pasado mucho tiempo y él no ha recaído”.
Hoy, el pasar del tiempo ha teñido su cabello, los pliegues de historia que marcan su piel rosada por el viento de la mañana de invierno, que representa su experiencia. Con su conocimiento y disposición, extiende el brazo y nos señala el ramaje que nos da sombra para aprender de su sabiduría, sus totumos que guardan remedios, “aliita” o la tapara, que sana enfermedades de gripa, desde su inició hasta crisis de neumonía “cuando uno cura, también se cura por dentro”, dice, mirando al cielo gris que poco a poco se abre a los rayos del sol. En cada planta encuentra la memoria de su abuela, el eco de los sueños y la certeza de que su vida está unida, para siempre, a los susurros espirituales que habita en la madre tierra.
 
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