Desde una mirada espiritual un vínculo con la medicina tradicional
Texto: Dilmaris Fernández
Fotografía: César Palmar
Ella siempre se sentía ajena y temerosa a su destino, solo en su corazón residía la inquietud de sus memorias, ella es historia a través de las plantas medicinales wayuu, medicina para el cuerpo, medicina para la mente, medicina para el alma que sana el espíritu.
Territorio acobijado por la silueta de un pasto frondoso, árboles que se levantan como estructuras gigantes, sus ramas se entretejen ante la inmensidad del cielo, caminos de piedra y barro que ondean a su paso, personas con semblantes serenos, así es el escenario natural del resguardo indígena “4 de Noviembre” que se encuentra ubicada al sur del corazón de la Guajira, específicamente en la jurisdicción del municipio de Albania.
Esta comunidad que alberga los diferentes clanes como lo son los Ipuana, Pushaina, Wouliyu, Jusayuu y Epieyuu, siendo estos los primeros en asentarse en este campamento por el desplazamiento consensuado de las mismas personas con la empresa Cerrejón. Desde el seno de este territorio creció Rosa López, mujer wayuu de estatura promedio, de piel cobriza donde se refleja el surco de sus vivencias bajo el inclemente sol que abraza desde el roció del amanecer hasta el canto de la noche, sus ojos de mirada determinada a veces se perdían entre los recuerdos indescifrable de su ser, sus cabellos sujetos con un pañuelo gris, esos pañuelos característicos que utilizan las abuelitas y que representa la prudencia, viste una manta que atrapo el amarillo del sol, las borlas de sus cotizas se asemejaban a la pomposidad del algodón. Me quede atrapada en los colores que la arropaban y el sonido de su voz, mientras me contaba su historia.
Desde niña Lapü la visitaba en la intimidad de la noche con la figura de mujer, le susurraba instrucciones, le adelantaba los presagios, Rosa en su ser sabía que el sueño era la manifestación de su guía espiritual quien también visitaba a su abuela outsü, ella era la elegida para ser la nueva sucesora y sanadora del alma a lo cual se negó rotundamente por la responsabilidad colectiva que cargaría en sus hombros por toda su vida.
Creció y se casó con un hombre que no dio la dote por ella, su propia madre le dijo que al no tener un presente por su mano ella no tendría valor y estaría enfrentada a vivir su sufrimiento en soledad, este suceso quedaría grabado en su memoria, el estado de miedo y angustia pasaría a solo ser un recuerdo nostálgico que compartiría con aquellos a los cuales les abriría su corazón, Rosa acepto su destino y emprendió su vida en el territorio de su compañero de vida, pasaron muchas lunas hasta que un día se reencontró con su abuela materna la cual le dijo “pobre de ti hija mía por el destino que eliges, te casaste en otro territorio, sal de allá, ellos no son tu familia en cambio yo soy tu raíz y tienes que estar conmigo, necesito dejarte en nuestro territorio ancestral”.
Llego la brisa de la primera y con ella la hija pródiga de su eirukü, su abuela se sentó con ella como aquellas tardes de antaño de su niñez y le entrego en un potecito pequeño envuelto en una telita de manta desgastada y le dijo: “recuerda siempre tus sueños, esto que te entrego es algo de valor pero quiero que tengas en cuenta que no es para ti” así fue como Rosa recibió una Lania que luego pasaría a su esposo, porque en las palabras de su abuela decía que no era para ser portado por una mujer sino más bien por un hombre, en esta entrega había un acto de bondad y amor, un último presente para reorientar su caminar.
La Lania es una medicina espiritual que tiene diferentes connotaciones para el pueblo wayuu, en ese entonces ella desconocía completamente de dicha planta ya que de niña se había negado a conocerlas, entrego su presente a su esposo y juntos compraron dos chivos que luego se fueron multiplicando y en su gran mayoría eran hembras procreadoras, desde ahí hacia los intercambios para comprar sus primeras vacas, “todo esto no se formó por la suerte, a veces pienso que siempre estuve destinada y no me puedo desligar de mi espiritualidad propia, sueño con una mujer que me indica que hacer”. Rosa sigue aprendiendo y cultivando esta espiritualidad a través de su labor como mujer portadora, conocedora y preparadora de las medicinas tradicionales, donde su guía es el sueño, su pasado su experiencia y su futuro su alma.
Rosa sonríe antes de levantarse y sacudir su manta diciendo estas palabras “culmino mi cuento por hoy, aunque digo que estas historias es mejor contarlas en las madrugadas al lado del inquieto fuego que perdura en los días”. Me levanto con ella con las piernas entumecidas por el frio que albergaba el piso del lugar que tomamos como el círculo de nuestras pequeñas palabras, con el alma estremecida y llena de inquietudes, miraba a mis demás compañeros de camino con quienes íbamos fortaleciendo lo bonito de nuestra espiritualidad.
Rosa escucha el alma que late entre las venas de este territorio que no solo es de ella sino también de un pensamiento y un sentir colectivo que cada día vamos tejiendo y entrelazando construyendo nuestro akuaipa.
 
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