martes, 7 de octubre de 2025

 El patrimonio familiar wayuu aplastado por las casas de empeño



Por Oriana Iguarán 

La artesanía, las prendas y sus piezas son un tesoro cultural, un lenguaje de colores y figuras que trascienden generaciones. Sin embargo, este patrimonio se enfrenta a una cruda realidad económica que lo va fragmentando poco a poco, un fenómeno cada vez más común y doloroso. Ver cómo estas piezas que son el sustento de la mujer wayuu terminan devaluadas en el último eslabón de la cadena comercial: las casas de empeño. 

Este tema no comienza en la puerta del prestamista, esto empieza desde hace tiempo atrás, por ejemplo, iniciaría a partir del regateo liderado por otras personas que compran el trabajo de esas mujeres al precio que ellos quieren, en vista de que las artesanas necesitan mantener a sus familias, aceptan y venden a bajo precios sus productos. Una artesana que ha dedicado su tiempo y hablamos de mucho tiempo al hacer una mochila o un chinchorro doble cara que podría llevarle más de tres meses de trabajo, no tiene otra opción más que aceptar ese negocio con tal de alimentar a su familia a pesar de que estos productos tienen un valor cultural que al final sólo se convierte en una mercancía más, haciendo que esto sea un ciclo de necesidad y oportunismo.

   Cuando este tipo de piezas llega al mercado, cambia su valor tanto espiritual como económico ya que el comprador algunas veces desconoce su precio real y a menudo busca el precio más bajo, sin considerar la historia que viene detrás de cada pieza. La consecuencia es que el valor se rompe, dejando a esas mujeres artesanas sin los ingresos necesarios para vivir dignamente.

   Por eso digo que cuando la necesidad es urgente, estos compradores suelen aprovecharse de la ocasión, llevando a las mujeres a que tomen la decisión de empeñar el arte que le ha costado hacer en su día a día, de nuevo entiendo que el arte no se devalúa por la calidad sino por la urgencia de quien la lleva.

   En la casa de empeño, una mochila o una prenda deja de ser obra de arte para convertirse en una pieza cualquiera porque no se valora la historia del tejido, los símbolos de la etnia o el tiempo invertido. 

   Un día por ejemplo, caminando por las calles de Maicao veía una variedad de colores entre las vitrinas que me atrajeron a ellas, mientras más me acercaba observé que eran chinchorros a la venta en precios sumamente exagerados, nada que ver con el dinero que le dieron un día a una tía que empeñó su chinchorro grande que lo había heredado de su abuela de alto valor sentimental importante que en cuestión de minutos simplemente ella veía como lo pesaban, como lo examinaban de forma superficial y al final le ofrecieron una cifra que en la mayoría de los casos, es una fracción mínima de su valor original, entendiéndose como el precio de la urgencia.

   Estas piezas de autonomía, de trabajo, de representación y orgullo, ahora son un acto de pérdida en la herencia simbólica, la vulnerabilidad, la pobreza y la desesperación de estas personas artesanas a quienes les devalúan sus trabajos convirtiéndolos en un tema normal de cada día. 

¿Se podría acabar este ciclo algún día?

   Al igual que las kakuna (prendas) son piedras preciosas que representan un valor fundamental, como almas que nos protegen en el andar y no solo define el estatus de las familias sino también es símbolo de elegancia que hoy en día se ha visto afectada a causa de su réplica, perdiendo la autenticidad y valor espiritual, cuando llegan a un lugar de compra y venta debido a la necesidad que la acompaña, no reconocen su valor y las transforman en piezas comunes ofreciéndolas en algo ¨más barato¨ y más fácil de obtener.

   Para detener este ciclo, es crucial que, desde los intermediarios y consumidores, comprendamos el verdadero valor de estas piezas que no son un souvenir, más bien son patrimonios culturales importantes que representan familias indígenas quienes buscan seguir perviviendo mediante la labor de mujeres artesanas que preservan nuestra cultura milenaria a través de sus manos.

   Es necesario educar a estos compradores para que entiendan el precio justo que debe tener cada artesanía o prenda, ¿se debe concientizar a toda la población acerca del propio valor de lo que es nuestro? La verdad sí es necesario que nosotros mismos entendamos lo auténtico y rechacemos las imitaciones baratas que han creado distorsión, confusión y desvalorización durante años.

   Cuando compres una pieza wayuu, no sólo estas obteniendo un objeto, sino que estas contribuyendo en la preservación de una cultura de años y en la dignidad del trabajo de estas artesanas, por eso es tiempo de generar conciencia y preguntarte si acaso eres consciente de lo que estas comprando.   


 Mochilas wayuu sin alma


Por Josué Uriana

El tejido dentro de la cultura wayuu es más que una práctica y herencia de sus ancestros, la mujer desde la etapa de la niñez, fue inculcada por su abuela a tejer la mochila, y celosamente conserva sus tradiciones culturales. Las mujeres no sólo tejen mochilas, sino que, entre puntadas y puntadas, bordan sueños, historias que se cuentan en silencio, donde cada hebra y vueltas habla de un corazón que se entrega por completo al arte. 

La mochila es una obra de arte del tejido milenario wayuu en su posición de conocimiento ancestral como una expresión artística y saberes que conservan contrastes en su plano de elaboración, esto presenta el tejido de la historia wayuu en relación con los animales y la naturaleza para un fortalecimiento de enseñanzas a las mujeres.

No sólo es un testimonio de la resiliencia y creatividad llevando consigo siglos de tradición, retratando historias y la identidad wayuu a través de sus fascinantes patrones, sino además sirve como un recordatorio esencial de la belleza del arte indígena y la importancia de preservar estás tradiciones. 

En los últimos años la artesanía ha ganado gran relevancia en ferias y mercados internacionales, tras este reconocimiento creciente, se ocultan desafíos profundos como el desconocimiento de la realidad que enfrentan las artesanas que las elaboran con sus dulces manos y amor al arte. El tejido más allá de ser una práctica ancestral, se ha convertido en una herramienta poderosa de liderazgo y empoderamiento para las mujeres wayuu.

Hoy en día los alijunas se han apropiado de las artes wayuu creando páginas en redes sociales, Facebook, Instagram, YouTube, Tik Tok, donde comparten tutoriales de elaboración de mochilas y de los diseños como si fueran propios de ellos, lo cual ha llevado a la pérdida el valor espiritual de la economía wayuu, ya son tejidos creados sin almas, sin esencia porque las manos poderosas de la mujer wayuu no participan en ella.

No logro entender porqué en los mercados los compradores ofrecen a las artesanas un precio muy bajo por las mochilas, que es un producto que requiere tiempo, paciencia y dedicación de la mujer wayuu, aprovechan el emprendimiento artesanal como intermediarios de sus negocios llegando a un beneficio que ayuda directamente a las comunidades.

Es por ellos que las mujeres y artesanas wayuu prefieren sentarse en las calles a vender sus tejidos porque es la manera más directa que tienen para buscar el sustento de su familia, muchas veces no existen espacios justos donde valoren sus artesanías, entonces ellas mismas salen a mostrar lo que hacen con sus manos. Por qué estar en las calles es duro, aguantar el sol, el cansancio y hasta las indiferencias de algunos compradores, pero aún así lo hacen, para vender sus tejidos y es la forma de mantener vivo el precio justo de su arte. 





viernes, 3 de octubre de 2025

 La medicina ancestral y la profanación de su sacralidad


Por Francheska Gómez 

La medicina ancestral en nuestras raíces es un tesoro guardado y un legado sagrado que nuestros antepasados protegían con el mismo fervor con el que cuidaban la vida. Era un conocimiento que fluía entre susurros, en rituales íntimos y en la profunda conexión con la naturaleza y el mundo espiritual. La medicina ancestral no es un simple conjunto de remedios, es una base fundamental de la cosmovisión wayuu, un sistema integral donde el cuerpo, la mente y el espíritu danzaban en armonía guiando a los outsü, quienes actuaban como guardianes de la salud y de la vida.

Estos medicamentos ancestrales incluyen rituales que armonizan y ahuyentan energías negativas como los wanülüü, el profundo entendimiento de la naturaleza y sus ciclos, la importancia vital de los sueños como canal de comunicación espiritual y la intervención de los outsü, esos sabios y guías que actúan como intermediarios con el mundo espiritual, este conocimiento que abarca desde las propiedades curativas de las plantas hasta la sabiduría que se revela en los sueños y la conexión con los animales, era un bien protegido, un patrimonio que se transmitía de generación en generación desde hace miles de años, donde hoy en día se desconoce el conocimiento el valor y la importancia de estos remedios wayuu.

Al recorrer las calles de Maicao, me encontré con una realidad que me lleva a preguntar: ¿La medicina tradicional, ese saber ancestral que antes se transmitía con reverencia y se mantenía en la intimidad del territorio, ahora se exhibe en puestos de venta a la vista de todos? ver la gran variedad de plantas y remedios expuestos para la venta me genera sentimientos encontrados. Si bien entiendo y respeto la necesidad de generar ingresos y es que cada uno tiene la libertad de hacerlo, me duele ver cómo este conocimiento que antes era un secreto sagrado ahora se expone en el suelo accesible a cualquiera sin el debido contexto, una profanación a este elemento sagrado.

Hoy me pregunto ¿dónde quedó esa protección? ¿Dónde se resguarda ese valor espiritual que antes envolvía cada planta, cada ritual? Al estar expuesta de esta manera, la medicina tradicional pierde su esencia, se despoja de la carga espiritual y ancestral que la define. No se trata de prohibir la venta o de negar la posibilidad de generar ingresos a quienes poseen este conocimiento, sino de encontrar un equilibrio que pueda permitir la subsistencia sin necesidad de sacrificar la profundidad del conocimiento de la protección de nuestra medicina ancestral. Así mismo, como nación wayuu necesitamos reflexionar, sobre cómo podemos comercializar nuestras medicina ancestral de una manera respetuosa, que honre su origen, que mantenga su valor espiritual y que garantice su transmisión íntegra a las futuras generaciones, donde la economía propia sea importante sin necesidad de exponer y socavar la identidad y la profundidad de nuestras prácticas ancestrales Wayuu.


 Comercio ancestral condenado a la miseria

Artículo de opinión: Ernestor Fernández   

 En nuestras comunidades del corregimiento de Tawaira, la cría de ganado es la base de la economía del pueblo wayuu. Desde temprana edad los niños son guiados en el camino del pastoreo y la contabilidad, porque tienen el compromiso de contar los animales al salir del corral al igual que a su regreso, ahí les inculcan parte de la matemática para su diario vivir, esto no es  sólo una actividad productiva sino también una práctica ancestral que sostiene la vida y fortalece la autonomía económica, la venta de ganado representa mucho más que un ingreso, es el reflejo de un modelo económico enraizado en la cultura y en la relación con el territorio.

   Desde hace siglos nuestros ancestros sacrifican que animales y salen de su territorio para venderlos en el mercado, pero les ofrecen un precio injusto que sólo sirve para su sustento, después de tanto sacrificio venden su rebaño sólo por el bienestar de sus hijos. 

   Por ejemplo, un pastor wayuu puede invertir más de cuatro meses aproximadamente cuidando sus animales en medio de una sequía, resistiendo el hambre y el agotamiento que impone el desierto. Después de ese sacrificio, se ve obligado a vender uno de sus chivos como única alternativa para sostener a su familia. El trayecto no es sencillo para llegar al mercado, debe recorrer más de cinco horas en moto desde la Alta Guajira hasta la cabecera municipal de Uribia. 

Sin embargo, al llegar al mercado la realidad es desalentadora, apenas le ofrecen 50 mil pesos por su animal, una cifra que resulta irrisoria frente al esfuerzo invertido y que lejos de garantizar el sustento de su hogar, reproduce el círculo de pobreza y desventaja económica en el que históricamente se ha mantenido al pueblo wayuu. Por eso, hoy en día se está disminuyendo la venta de ganado, porque los wayuu han optado por resguardar sus animales, no sólo como un recurso económico de emergencia, sino como parte de su patrimonio cultural y de su estrategia de resistencia frente a un sistema de mercado que no reconoce las condiciones de igualdad, los criadores prefieren conservar sus reses para resolver problemas internos del hogar y mantener la armonía en sus territorios asegurando que las próximas generaciones continúen con el legado de respeto y cuidado de su rebaños. 

Además, esta transacción, lejos de fortalecer la economía local, termina empobreciendo aún más a las familias que apenas alcanzan cubrir el gasto básico de alimentación, salud o educación para sus hijos. El comercio que debería ser una oportunidad de crecimiento se ha convertido en una cadena de explotación, por eso es muy necesario organizarse para resguardar las economías propias ancestrales porque no es justo que nuestro relevo generacional siga sufriendo estas consecuencias.

   Así mismo, es urgente que la sociedad y el Estado reconozcan el valor de este comercio ancestral y promuevan mecanismos legales que garanticen precios justos, y que la economía indígena no debe verse únicamente desde la lógica del mercado capitalista, sino desde una visión intercultural que respete la cosmovisión y el papel central que tienen los animales en su organización social y espiritual.

   También los comercios wayuu no pueden continuar como un negocio donde ganen siempre los de afuera y pierdan los de adentro, porque la dignidad y la justicia económica son derechos que corresponden defender y preservar no sólo su sustento sino su cultura viva.

   Por otra parte, el Estado permanece ausente y los intermediarios imponen precios injustos, los pastores wayuu continúan sacrificando sus animales y su propio bienestar en un mercado que no reconoce el verdadero valor cultural, económico y social de su trabajo. Es necesario replantear las políticas públicas y los modelos de comercio en la región, no como un favor, sino como un acto de justicia histórica hacia un pueblo que resiste en medio de la adversidad.

Por lo tanto, el pueblo wayuu no necesita lástima, sino dignidad y justicia en el valor de su trabajo. Cada animal vendido en condiciones desiguales es una muestra de cómo la indiferencia estatal y el abuso de intermediarios profundizan la pobreza en la Alta Guajira. Reconocer el verdadero costo de ese sacrificio no es solo un asunto económico, es un deber ético y social mientras no se transformen esta forma de economía, la sociedad no seguirá siendo cómplices de un sistema que desangra la cultura wayuu y condena a sus familias a sobrevivir, en lugar de vivir con la dignidad que merecen.


        


jueves, 2 de octubre de 2025

 ¿Cómo ha sobrevivido el pueblo Wayuu a través de los siglos?

Texto: Dilmaris Fernández

Nacemos en el corazón de nuestro territorio, un espacio que nos abraza y nos guía a lo largo de la vida, dejando nuestras huellas en la inmensidad del desierto. La tierra nos provee lo necesario y nosotros, con nuestro esfuerzo, la trabajamos, construyendo así el sustento de nuestros hogares y familias.

Este modelo de vida ancestral de la economía propia desde el comercio binacional que compartimos desde Venezuela a Colombia o viceversa, es un tema común de escuchar tal vez porque alguno de nosotros lo hemos vivido. Ahora bien, más allá sobre los titulares de crisis y controles, nuestra economía es compleja y se levanta como un muro que a pesar de las adversidades y el proceso histórico que ha enfrentado demuestra una resiliencia inquebrantable.

Debemos entender la naturaleza de este hecho y para eso es esencial volver a mirar el pasado, mucho antes de las fronteras nacionales y la existencia de la moneda, según los relatos de nuestros mayores, antes del proceso de aculturación, nosotros nos regíamos y lo seguimos haciendo por el trueque que es el intercambió ancestral de bienes y productos como medio de sustento, aunque hoy esta historia no es la misma que miramos ayer. Este sistema es un reflejo de la economía como recurso propio que ha demostrado ser más eficaz para nuestro sustento local que cualquier plan de desarrollo impuestos desde los centros de poder.

La mujer wayuu no solo participa dentro de esta narrativa, son el eje central que mantienen este motor económico, tal es el caso de las “bachaqueras”, término que se refiere a una especie de hormigas que viajan cargando alimentos, esto fue en el período entre 2010 y 2012 donde las mujeres wayuu de noche o madrugada tomaban el autobús rumbo a la ciudad de Maracaibo para luego dormir en las aceras y esperar que abrieran los grandes comercios para ser las primeras en comprar el producto regulado por el gobierno venezolano para luego posteriormente trasladarlo a Maicao y venderlo a otro precio accesible a los colombianos.

El “bachaqueo” al igual a los otros nombres que se les ponía a este medio de trabajo me parece sinceramente denigrante a la persona, pero como somos wayuu orgullosos nos adueñamos de algo que se nos impuso, este fenómeno persiste y continua, especialmente cuando nos llaman como los “wayuu contrabandistas” o “ladrones” y esto no solo lo dice el Estado, si vamos a investigar por los medios siempre aparecerá el titular de “El contrabando en la Guajira”, pero sé que no podemos cambiar ahora la visión que se tiene pero podemos seguir alzando nuestras voces y escribiendo desde el pensamiento y realidad que se vive.

Es común escuchar que este comercio sea tildado de “ilegal”, pero esta etiqueta ignora la compleja realidad que nos impulsa como wayuu arraigado a su costumbre ancestral, la falta de acceso a empleos formales, la escasa inversión y la ausencia de algunos servicios bancarios dentro de territorio, nos obliga a crear y volver a nuestras propias soluciones. La visibilidad de la actividad del comercio en las calles y en las trochas de Paraguachón demuestra que no es algo que se está ocultando. 

El verdadero problema no es la supuesta ilegalidad de los wayuu, sino la incapacidad de los estados de reconocer y formalizar este modelo económico que ha existido más de 100 años y funcionado para nuestra nación.

Dejaremos nuestra economía cuando uno muere, porque mientras nos sigan cerrando las puertas nosotros nos meteremos por una ventana, así claro está que seguiremos adaptándonos a cualquier cambión y transformando necesidades y problemas en oportunidades.

¿Qué visión tendrá esto en unos próximos años? Mientras el Estado siga viendo el medio de vida como algo ilegal para nosotros como wayuu mezquinos y arraigados este comercio binacional es un testimonio vivo de lo inagotable resiliencia y espíritu autónomo que se nos negamos a borrar por una frontera. Es una economía colectiva que hemos venido tejiendo desde la identidad propia que nos caracteriza como indígenas.


 


La manta, ¿símbolo cultural o moda pasajera?


Por Dilexi Pushaina

La manta wayuu se caracteriza por sus colores llamativos, diseños y ser más reservada, muestra la belleza y elegancia de la mujer, al transcurrir el tiempo, los cambios de esta vestimenta han sido significantes, no sé si para bien o para mal; diseños, colores, tipos de tela, incluso el uso de ésta misma, lo cual ha permitido mayor alcance de comercialización, lo cual ha llevado a la pérdida del valor y esencia de este elemento.

Diferentes diseñadores han pisado escenarios nacionales e internacionales, dando argumentos de que sus diseños son mantas wayuu, resaltando la innovación, creatividad y adaptación de las mujeres artesanas, dejando atrás la historia, la espiritualidad de una manta para la mujer wayuu.

Considero positivo que diseñadores y artesanos se inspiren en las mantas wayuu, ya que esto permite visibilizar y valorar la riqueza cultural de este pueblo. Cada manta guarda un significado que conecta con la identidad, la tradición y la cosmovisión wayuu, por lo que verlas como fuente de inspiración fortalece el reconocimiento hacia este legado ancestral. 

Sin embargo, no está bien que esa inspiración se traduzca en mantas exageradas, siendo menos reservada que guarda el pudor de la mujer, la manta wayuu se caracteriza por su elegancia, por la armonía de sus colores y la simbología discreta de sus diseños. Cuando se transforman en piezas indiscretas, se corre el riesgo de perder la esencia cultural y convertirlas en meros objetos llamativos que responden más a la moda que al respeto por la tradición. 

Por eso, la inspiración debe ir de la mano del equilibrio: es válido innovar y dar nuevos aires a las mantas, pero siempre manteniendo la sobriedad, la identidad y el valor simbólico que representan para el pueblo wayuu.

¿Seguirá la manta wayuu siendo un emblema cultural, o terminará convertida en otra moda efímera? Es inevitable pensar cómo terminará o a qué punto de innovación va a llegar esta pieza que es símbolo cargado de historia. 

Es muy diferente ver una manta amplia, de colores llamativos pero serenos, que ver vestidos largos con encajes y acabados recargados, allí pasa a ser una prenda que responde únicamente a la lógica del mercado.

Ante todo, esto, no está de más reconocer la importancia en cuestionar la falta de respeto hacia el oficio de las mujeres que crean piezas artísticas, esa falta de conciencia que nos hace cómplices de la apropiación de personas externas a la cultura, es allí donde surge la necesidad de alzar la voz como líderes culturales en defensa de nuestras artes, y de defender el alma que tiene cada creación como lo es la manta wayuu.

Es momento de reflexionar sobre uno de los elementos simbólicos de nuestro pueblo. ¿Estamos dando valor a la manta por lo que realmente es o solo por que aparenta? La duda no puede quedarse en solo una inquietud, debe ir a la conciencia sobre todo a una acción frente a esta problemática, darles exclusividad a las piezas artísticas y ganar protagonismo sin perder la esencia que la caracteriza para el pueblo wayuu.      


viernes, 29 de agosto de 2025

 Aimaajushi, los Guardianes Wayuu del Delta del Río Ranchería


Texto: Dayana Cuello, wayuu Epieyu

Fotografía: César Miguel

Los rayos del sol se filtran entre las hojas de los manglares que vuelven a levantarse al rescate de la vida natural. En la comunidad Wayuu El Pasito, al noroeste del Departamento de la Guajira, Riohacha, un grupo de familias de distintos eirrukus se ha organizado para dar nueva vida a los manglares que alguna vez estuvieron al borde la desaparición por la falta de conciencia a nivel social y comunitario. Lo que antes era un ecosistema debilitado por la falta de cultura ambiental, hoy es un espacio recuperado, gracias al compromiso de los llamados Guardianes de ambiente y paz del Distrito del Manejo Integral delta del rio Ranchería, “ aimaajushi”

La comunidad de El pasito, La comunidad de El pasito, perteneciente al Resguardo de la Media y Alta Guajira, con un territorio constituido en 150 hectáreas por los eirrukus ipuana, epinayu, epieyu, uriana, gouriyu, pushaina, jitnu, uraliyu, apshana, wouliyuu, jayaliyu, quienes tejiendo colectivamente, han logrado el resurgimiento de la vitalidad de la madre naturaleza. 

El tiempo con estilos de vida junto a la modernización con los residuos sólidos que contaminan a cada espacio verdoso, alcanzó a Pasito, pues la falta de sentido de pertenencia también dejó huellas como la tala indiscriminada, ecocidios a la fauna como la captura de gran escala de los cangrejos azules, se vio reflejado en el abandono y silenciosa pérdida de vida en una magnitud que sería irreparable con el paso del tiempo. Pero la memoria de la Madre Tierra, arraigada en los mayores, no dejó que el olvido triunfara y así nació la organización de los guardianes ambientales, un grupo que decidió reforestar, cuidar y enseñar que el equilibrio de la naturaleza es también el equilibrio de la comunidad.

Transición de cazadores a guardianes de ambiente y paz 

En esta comunidad “la vida y el progreso no se conciben sin la fuerza de la madre tierra” afirma José Vicente Cotes, autoridad tradicional del eirruku ipuana y memoria viva de este proceso, quien ha liderado el compromiso colectivo que hoy mantiene en pie el ecosistema de los manglares. El camino no fue sencillo, “antes, en el pasito cazábamos y talábamos para el sustento de la economía de nuestros hogares”, recuerda Cotes. Sin embargo, hace más de 14 años inició un proceso de transformación motivado por el sentido de pertenencia y la preocupación por las nuevas generaciones. “Si seguimos destruyendo, nuestros nietos no conocerán estos lugares ni los animales”, advirtió, consciente de la gravedad del daño ambiental que ya se hacía evidente.


En este recorrido, el acompañamiento de instituciones como Corpoguajira fue fundamental, a través de talleres y capacitaciones, los habitantes fortalecieron sus conocimientos sobre el cuidado de la naturaleza, lo que permitió consolidar el 22 de agosto de 2019 la conformación oficial de un grupo de 19 guardianes ambientales dedicados a la recuperación de los manglares, “actualmente también contamos con un incentivo por parte de Cerrejón para cuidar nuestro ambiente”, agrega Cotes, aunque insiste en que la verdadera motivación siempre ha sido el amor por la tierra.

Claudia, una de las primeras mujeres en ingresar como guardiana, recuerda los cambios en la dinámica familiar: “Nosotros crecimos con la mirada puesta en mamá y papá. Papá, Leon Alberto Cotes, trabajaba con el mar como pescador, mientras mamá, Cecilia, recolectaba caracoles, chipichipi y almejas. Después vino la caza de cangrejos, pero todo era artesanal, sin venenos. Hoy entendemos que lo que antes cazábamos, ahora debemos cuidarlo, los mangles, los cangrejos y todas las especies que habitan en este ecosistema”. Su incorporación fue un paso significativo, Claudia se convirtió en referente de que la protección ambiental también se construye desde las mujeres, “todo en el marco del respeto nos ha permitido avanzar en los proyectos y en la vida comunitaria”, asegura.

Olegario Pushaina, recuerda que gran parte de los mayores se dedicaban a la tala, “alrededor de una hectárea desapareció así”, lamenta. Sin embargo, fue su tío Vicente quien lo inspiró a convertirse en pionero de la defensa ambiental, “siempre nos enseñó que había que cuidar y preservar la Madre Tierra”, expresó.

El trabajo de reforestación comenzó con un vivero en Cangrejito en 2001, que más tarde se consolidó en un acuerdo comunitario, siendo declaradas como áreas protegidas, reconocidas mediante la Resolución 015 del 13 de noviembre de 2014, que abarcan 3.600 hectáreas en los municipios de Riohacha y Manaure, esta labor la realizan entre guardianes de Cangrejito, El Pasito y la Raya. Desde entonces, los guardianes identificaron seis objetos principales de conservación: los manglares, el bosque seco tropical, el bosque de galería, el cardenal guajiro, el cangrejo azul y la conservación cultural.

Gracias al fortalecimiento de la Fundación Aimajushi y la articulación con Corpoguajira y otros aliados, la comunidad de El Pasito se ha convertido en referente. “El Pasito es una de las doce comunidades identificadas y fortalecidas en el proyecto. Hemos desarrollado talleres de educación ambiental y hoy esta comunidad es un aliado estratégico en la conservación”, explicó Samuel Lanao Robles, director general de Corpoguajira, en una publicación del sitio web de la mencionada institución.

Alianza de pueblos indígenas

En esta comunidad se han llevado a cabo encuentros que han permitido fortalecer la alianza con los pueblos indígenas de la Sierra Nevada de Santa Marta, esta labor se articula con el Equipo de Conservación de la Amazonía (ACT), organización que promueve el liderazgo y la autonomía de los pueblos indígenas en la conservación de sus territorios y conocimientos ancestrales.

Al igual que los wayuu, los pueblos Arhuaco, Kogui, Wiwa y Kankuamo han defendido durante generaciones la naturaleza, visión que se respalda en el Decreto 1500 del 2018, el cual redefine el territorio ancestral de la Sierra Nevada de Santa Marta. Este espacio se reconoce dentro del sistema de lugares sagrados denominado “Línea Negra”, considerado un ámbito tradicional de especial protección por su valor espiritual, cultural y ambiental. 

En la comunidad de El Pasito se ubican cinco de esos puntos sagrados. En palabras de Enor Cotes, hijo de José Vicente Cotes y actual guardián ambiental, “en un encuentro de saberes con los pueblos de la Sierra, nos dijeron, nosotros cuidamos allá arriba y ustedes acá abajo”, como parte de esta alianza, se implementó un proyecto de 3.000 plántulas dentro de dichos puntos, donde también se realizan pagamentos espirituales en las áreas protegidas, especialmente en las zonas donde desemboca el río, con el fin de conservar y revitalizar el ecosistema.

La comunidad reafirma su papel como guardianes del pulmón del municipio de Riohacha, reconociendo que la sostenibilidad del territorio depende tanto de la conservación ambiental como de la unión entre pueblos. La alianza con los indígenas de la Sierra se convierte en un paso clave para seguir tejiendo resistencias colectivas frente a las amenazas de la contaminación ambiental.

 Las cayuqueras

El compromiso de la comunidad con la protección ambiental y cultural se evidencia en importantes logros, entre sus avances se destaca la recuperación de un brazo del río Ranchería y el desarrollo de un plan piloto denominado “Las cayuqueras”, en alianza con el Programa Mundial de Alimentos (PMA), orientado a la restauración de los canales de mangle, gracias a este esfuerzo ya se han recuperado 1.1 km y se proyecta avanzar en 5 km más. Este proyecto, además de impulsar la conservación, busca promover el etnoturismo a través de paseos en lancha que combinan la sensibilización ambiental con el disfrute cultural, la experiencia también incluye un cierre simbólico del río, resultado de la contaminación, lo que genera conciencia sobre la urgencia de su recuperación. La comunidad proyecta en un futuro cercano poder reabrir este paso, como un signo de esperanza y continuidad en su compromiso por la vida y la madre tierra.

“Si no lo cuidamos nosotros, nadie va a hacerlo”, manifiesta Enor, dejando claro que este esfuerzo no es solo por El Pasito, sino por toda La Guajira. Así, entre raíces de mangle y voces de sabiduría, la comunidad wayuu reafirma su papel como guardianes del pulmón Guajiro. Así mismo, haciendo un llamado del cuidado de la naturaleza, pues no es una tarea exclusiva de unos pocos, sino una responsabilidad compartida, ya que no solo trabajan por su bienestar, sino también por el de toda la sociedad.