viernes, 3 de octubre de 2025

 Comercio ancestral condenado a la miseria

Artículo de opinión: Ernestor Fernández   

 En nuestras comunidades del corregimiento de Tawaira, la cría de ganado es la base de la economía del pueblo wayuu. Desde temprana edad los niños son guiados en el camino del pastoreo y la contabilidad, porque tienen el compromiso de contar los animales al salir del corral al igual que a su regreso, ahí les inculcan parte de la matemática para su diario vivir, esto no es  sólo una actividad productiva sino también una práctica ancestral que sostiene la vida y fortalece la autonomía económica, la venta de ganado representa mucho más que un ingreso, es el reflejo de un modelo económico enraizado en la cultura y en la relación con el territorio.

   Desde hace siglos nuestros ancestros sacrifican que animales y salen de su territorio para venderlos en el mercado, pero les ofrecen un precio injusto que sólo sirve para su sustento, después de tanto sacrificio venden su rebaño sólo por el bienestar de sus hijos. 

   Por ejemplo, un pastor wayuu puede invertir más de cuatro meses aproximadamente cuidando sus animales en medio de una sequía, resistiendo el hambre y el agotamiento que impone el desierto. Después de ese sacrificio, se ve obligado a vender uno de sus chivos como única alternativa para sostener a su familia. El trayecto no es sencillo para llegar al mercado, debe recorrer más de cinco horas en moto desde la Alta Guajira hasta la cabecera municipal de Uribia. 

Sin embargo, al llegar al mercado la realidad es desalentadora, apenas le ofrecen 50 mil pesos por su animal, una cifra que resulta irrisoria frente al esfuerzo invertido y que lejos de garantizar el sustento de su hogar, reproduce el círculo de pobreza y desventaja económica en el que históricamente se ha mantenido al pueblo wayuu. Por eso, hoy en día se está disminuyendo la venta de ganado, porque los wayuu han optado por resguardar sus animales, no sólo como un recurso económico de emergencia, sino como parte de su patrimonio cultural y de su estrategia de resistencia frente a un sistema de mercado que no reconoce las condiciones de igualdad, los criadores prefieren conservar sus reses para resolver problemas internos del hogar y mantener la armonía en sus territorios asegurando que las próximas generaciones continúen con el legado de respeto y cuidado de su rebaños. 

Además, esta transacción, lejos de fortalecer la economía local, termina empobreciendo aún más a las familias que apenas alcanzan cubrir el gasto básico de alimentación, salud o educación para sus hijos. El comercio que debería ser una oportunidad de crecimiento se ha convertido en una cadena de explotación, por eso es muy necesario organizarse para resguardar las economías propias ancestrales porque no es justo que nuestro relevo generacional siga sufriendo estas consecuencias.

   Así mismo, es urgente que la sociedad y el Estado reconozcan el valor de este comercio ancestral y promuevan mecanismos legales que garanticen precios justos, y que la economía indígena no debe verse únicamente desde la lógica del mercado capitalista, sino desde una visión intercultural que respete la cosmovisión y el papel central que tienen los animales en su organización social y espiritual.

   También los comercios wayuu no pueden continuar como un negocio donde ganen siempre los de afuera y pierdan los de adentro, porque la dignidad y la justicia económica son derechos que corresponden defender y preservar no sólo su sustento sino su cultura viva.

   Por otra parte, el Estado permanece ausente y los intermediarios imponen precios injustos, los pastores wayuu continúan sacrificando sus animales y su propio bienestar en un mercado que no reconoce el verdadero valor cultural, económico y social de su trabajo. Es necesario replantear las políticas públicas y los modelos de comercio en la región, no como un favor, sino como un acto de justicia histórica hacia un pueblo que resiste en medio de la adversidad.

Por lo tanto, el pueblo wayuu no necesita lástima, sino dignidad y justicia en el valor de su trabajo. Cada animal vendido en condiciones desiguales es una muestra de cómo la indiferencia estatal y el abuso de intermediarios profundizan la pobreza en la Alta Guajira. Reconocer el verdadero costo de ese sacrificio no es solo un asunto económico, es un deber ético y social mientras no se transformen esta forma de economía, la sociedad no seguirá siendo cómplices de un sistema que desangra la cultura wayuu y condena a sus familias a sobrevivir, en lugar de vivir con la dignidad que merecen.


        


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