jueves, 2 de octubre de 2025

 ¿Cómo ha sobrevivido el pueblo Wayuu a través de los siglos?

Texto: Dilmaris Fernández

Nacemos en el corazón de nuestro territorio, un espacio que nos abraza y nos guía a lo largo de la vida, dejando nuestras huellas en la inmensidad del desierto. La tierra nos provee lo necesario y nosotros, con nuestro esfuerzo, la trabajamos, construyendo así el sustento de nuestros hogares y familias.

Este modelo de vida ancestral de la economía propia desde el comercio binacional que compartimos desde Venezuela a Colombia o viceversa, es un tema común de escuchar tal vez porque alguno de nosotros lo hemos vivido. Ahora bien, más allá sobre los titulares de crisis y controles, nuestra economía es compleja y se levanta como un muro que a pesar de las adversidades y el proceso histórico que ha enfrentado demuestra una resiliencia inquebrantable.

Debemos entender la naturaleza de este hecho y para eso es esencial volver a mirar el pasado, mucho antes de las fronteras nacionales y la existencia de la moneda, según los relatos de nuestros mayores, antes del proceso de aculturación, nosotros nos regíamos y lo seguimos haciendo por el trueque que es el intercambió ancestral de bienes y productos como medio de sustento, aunque hoy esta historia no es la misma que miramos ayer. Este sistema es un reflejo de la economía como recurso propio que ha demostrado ser más eficaz para nuestro sustento local que cualquier plan de desarrollo impuestos desde los centros de poder.

La mujer wayuu no solo participa dentro de esta narrativa, son el eje central que mantienen este motor económico, tal es el caso de las “bachaqueras”, término que se refiere a una especie de hormigas que viajan cargando alimentos, esto fue en el período entre 2010 y 2012 donde las mujeres wayuu de noche o madrugada tomaban el autobús rumbo a la ciudad de Maracaibo para luego dormir en las aceras y esperar que abrieran los grandes comercios para ser las primeras en comprar el producto regulado por el gobierno venezolano para luego posteriormente trasladarlo a Maicao y venderlo a otro precio accesible a los colombianos.

El “bachaqueo” al igual a los otros nombres que se les ponía a este medio de trabajo me parece sinceramente denigrante a la persona, pero como somos wayuu orgullosos nos adueñamos de algo que se nos impuso, este fenómeno persiste y continua, especialmente cuando nos llaman como los “wayuu contrabandistas” o “ladrones” y esto no solo lo dice el Estado, si vamos a investigar por los medios siempre aparecerá el titular de “El contrabando en la Guajira”, pero sé que no podemos cambiar ahora la visión que se tiene pero podemos seguir alzando nuestras voces y escribiendo desde el pensamiento y realidad que se vive.

Es común escuchar que este comercio sea tildado de “ilegal”, pero esta etiqueta ignora la compleja realidad que nos impulsa como wayuu arraigado a su costumbre ancestral, la falta de acceso a empleos formales, la escasa inversión y la ausencia de algunos servicios bancarios dentro de territorio, nos obliga a crear y volver a nuestras propias soluciones. La visibilidad de la actividad del comercio en las calles y en las trochas de Paraguachón demuestra que no es algo que se está ocultando. 

El verdadero problema no es la supuesta ilegalidad de los wayuu, sino la incapacidad de los estados de reconocer y formalizar este modelo económico que ha existido más de 100 años y funcionado para nuestra nación.

Dejaremos nuestra economía cuando uno muere, porque mientras nos sigan cerrando las puertas nosotros nos meteremos por una ventana, así claro está que seguiremos adaptándonos a cualquier cambión y transformando necesidades y problemas en oportunidades.

¿Qué visión tendrá esto en unos próximos años? Mientras el Estado siga viendo el medio de vida como algo ilegal para nosotros como wayuu mezquinos y arraigados este comercio binacional es un testimonio vivo de lo inagotable resiliencia y espíritu autónomo que se nos negamos a borrar por una frontera. Es una economía colectiva que hemos venido tejiendo desde la identidad propia que nos caracteriza como indígenas.


 


La manta, ¿símbolo cultural o moda pasajera?


Por Dilexi Pushaina

La manta wayuu se caracteriza por sus colores llamativos, diseños y ser más reservada, muestra la belleza y elegancia de la mujer, al transcurrir el tiempo, los cambios de esta vestimenta han sido significantes, no sé si para bien o para mal; diseños, colores, tipos de tela, incluso el uso de ésta misma, lo cual ha permitido mayor alcance de comercialización, lo cual ha llevado a la pérdida del valor y esencia de este elemento.

Diferentes diseñadores han pisado escenarios nacionales e internacionales, dando argumentos de que sus diseños son mantas wayuu, resaltando la innovación, creatividad y adaptación de las mujeres artesanas, dejando atrás la historia, la espiritualidad de una manta para la mujer wayuu.

Considero positivo que diseñadores y artesanos se inspiren en las mantas wayuu, ya que esto permite visibilizar y valorar la riqueza cultural de este pueblo. Cada manta guarda un significado que conecta con la identidad, la tradición y la cosmovisión wayuu, por lo que verlas como fuente de inspiración fortalece el reconocimiento hacia este legado ancestral. 

Sin embargo, no está bien que esa inspiración se traduzca en mantas exageradas, siendo menos reservada que guarda el pudor de la mujer, la manta wayuu se caracteriza por su elegancia, por la armonía de sus colores y la simbología discreta de sus diseños. Cuando se transforman en piezas indiscretas, se corre el riesgo de perder la esencia cultural y convertirlas en meros objetos llamativos que responden más a la moda que al respeto por la tradición. 

Por eso, la inspiración debe ir de la mano del equilibrio: es válido innovar y dar nuevos aires a las mantas, pero siempre manteniendo la sobriedad, la identidad y el valor simbólico que representan para el pueblo wayuu.

¿Seguirá la manta wayuu siendo un emblema cultural, o terminará convertida en otra moda efímera? Es inevitable pensar cómo terminará o a qué punto de innovación va a llegar esta pieza que es símbolo cargado de historia. 

Es muy diferente ver una manta amplia, de colores llamativos pero serenos, que ver vestidos largos con encajes y acabados recargados, allí pasa a ser una prenda que responde únicamente a la lógica del mercado.

Ante todo, esto, no está de más reconocer la importancia en cuestionar la falta de respeto hacia el oficio de las mujeres que crean piezas artísticas, esa falta de conciencia que nos hace cómplices de la apropiación de personas externas a la cultura, es allí donde surge la necesidad de alzar la voz como líderes culturales en defensa de nuestras artes, y de defender el alma que tiene cada creación como lo es la manta wayuu.

Es momento de reflexionar sobre uno de los elementos simbólicos de nuestro pueblo. ¿Estamos dando valor a la manta por lo que realmente es o solo por que aparenta? La duda no puede quedarse en solo una inquietud, debe ir a la conciencia sobre todo a una acción frente a esta problemática, darles exclusividad a las piezas artísticas y ganar protagonismo sin perder la esencia que la caracteriza para el pueblo wayuu.